lunes, 13 de julio de 2009

Hormigas.

Estaba sentada afuera de una banqueta, había unas escaleras pequeñas y una puerta negra.

Tenía puesto un vestido rojo y con un plumón permanente negro lo rayaba sin cesar para cubrir ese color que me es tan desagradable.

Tenía tantas ansias por entrar a verte.

Había en mi mano una fufanda interminable, larguísima que rodaba por las calles de tu casa.

Frente a mí (ya que yo estaba de espaldas a tu puerta) unos niños comían chayotes. Reían.

Sentía la levedad de mi cabello encima de mis hombros.

De pronto alguien comenzaba a disparar el flash de una cámara y en cada uno de ellos veía de cerca tu camisa azúl de mar y como en un altavoz escuchaba tu voz: Estoy enamorado de tí.



De pronto aparecían dos señoritas frente de mí. Una de ellas hacía crecer mi pelo y me dolía tanto la cabeza, era muy pesado y negro (ya no era castaño). Esta Señorita era mi vanidad combinada con mi alter ego. Me puso unos tacones altos y tortuosos. Me ordenó una limosina y me mandaba levantarme de la banqueta. No pude, no puedo.



La segunda señorita tenía dos lagunas dentro de los ojos. Era mi tristeza, esas dos lagunas tenían unas bardas inmensas (que eran mi propia nariz). Dichas bardas (que parecían murallas) tenían escrito este poema:

Llorar a lágrima viva.
Llorar a chorros.
Llorar la digestión.
Llorar el sueño.
Llorar ante las puertas y los puertos.
Llorar de amabilidad y de amarillo.
Abrir las canillas,las compuertas del llanto.
Empaparnos el alma, la camiseta.
Inundar las veredas y los paseos,
y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a los cursos de antropología, llorando.
Festejar los cumpleaños familiares, llorando.
Atravesar el África, llorando.
Llorar como un cacuy, como un cocodrilo…
si es verdad que los cacuíes y los cocodrilos
no dejan nunca de llorar.
Llorarlo todo, pero llorarlo bien.
Llorarlo con la nariz, con las rodillas.
Llorarlo por el ombligo, por la boca.
Llorar de amor, de hastío, de alegría.
Llorar de frac, de flato, de flacura.
Llorar improvisando, de memoria.
¡Llorar todo el insomnio y todo el día!

Pero la señorita tapó mis ojos y don sus dedos de garras hizo un catete en mi corazón.
Mientras tanto mi vestido que me esmeraba en que cambiara a negro , se teñía de rojo.
Tristeza me obliga a andar con mi hueco por todos lados, pero no pude llorar.

Con uno de mis aretes escribí en tu puerta:
Dale un final digno a mi historia, por lo menos una despedida.
No me dejes a merced de tus moscas y cucarachas.
No me dejes en tu puerta con este horrible vestido rojo.

Dame un poquito de tu paz, dos segundos me vastan. Después regresa a tu cinismo.

Sin embargo cuando estaba a punto de abrirse el cerrojo...

Riiiiiiinggggg, Riiiiiiiinnnnngggg.... (Sonido del teléfono repetido a tres voces)

Passsss.... (Caigo de la cama). Tomo el teléfono.

-Bueno...
- Buenos dias, Cecilia?
- Si.
- Cecilia cuando piensas venir a casa? Dice tu padre que ya ni se acuerda cómo eres, espero que cuando vengas me ayudes a arreglar el jardín. Sabes tu geranio se secó, se lo comieron las hormigas. Cosa muy rara no crees?
- Si mamá.
- Ya levántate, son las 7, sabes hija estaba soñando contigo... te acuerdas de aquel vestido rojo que tanto odiabas........

En lo sucesivo Cecilia se levantó de la cama hablando aún con su madre por teléfono por media hora, después se bañó y todo transcurrió en la normalidad
Normalidad?????

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