El hombre de las dunas.
El incorregiblemente descarado sujeto unido al calor
y con lágrimas.
De esas que de atorarse cerca del ojo
hacen un color grisáceo,
solo visible para quien también
tiene una congestión de lágrimas.
Ver llover para él es una fiesta.
Es querer despertar una mañana
y tener ese algodón naranja
que hace milésimas de segundos era la cama.
El hombre del descaro se quitó
la mirada de conquistador.
Y me dejó ver a un niño de cabellos castaños.
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